Estos magníficos jardines reales, de 28 hectáreas de extensión, fueron encargados por Catalina de Médicis como jardín del palacio de las Tullerías en 1564.
Posteriormente, los jardines sufrieron una serie de renovaciones, ampliaciones y modificaciones según los gustos y necesidades de los sucesivos monarcas.
Catalina quería jardines a la italiana que le recordaran a Florencia y organizar suntuosos banquetes en honor de los embajadores, Enrique IV prefirió plantar moreras para cultivar gusanos de seda y creó jardines completamente renovados, Luis XIII, aún niño los utilizó como un inmenso patio de recreo con menageries y picaderos, tras 40 años de abandono fue Luis XV quien lo restauró, pero con la Revolución Francesa el parque se transformó en el Jardín Nacional y se rediseñó en estilo neoclásico con pórticos romanos, monumentales y con columnas.
No fue hasta el siglo XIX cuando las Tullerías se convirtieron en el lugar favorito de los parisinos: inmortalizado incluso en cuadros impresionistas, el parque se convirtió en el escenario ideal del nuevo ocio, un lugar para relajarse, reunirse con amigos, pasear y amar la naturaleza.
Tras guerras, revoluciones, reyes y emperadores, hoy el parque vuelve a ser uno de esos rincones ineludibles de París cuando hace buen tiempo y en otoño, cuando los colores son más explosivos.
El Arco del Triunfo del Carrusel conecta el patio del Louvre con el Jardín de las Tullerías. Este inmenso arco fue encargado por Napoleón para celebrar sus numerosas victorias, entre ellas la batalla de Austerlitz, y domina el Jardín del Carrusel con su inconfundible silueta.
En tiempos del emperador, estaba coronada y embellecida por los Caballos de San Marcos robados de Venecia y sólo devueltos tras la derrota de Waterloo en 1815.
En cambio, la escultura que puede admirarse hoy se colocó en 1828 para conmemorar el regreso de los Borbones al trono de Francia tras la dominación napoleónica.
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